Capítulo X

De la descripción de lo que sucedió bajo Augusto César y Cirenio como gobernador, y lo que Josefo escribió sobre Cirenio, al igual que sobre Judas el Galileo.

En aquel entonces (1), el año era el quinientos noventa y cinco mil desde la creación del mundo, el cuarenta y dos desde el Imperio de Augusto y el veintiocho desde la disolución del dominio macedónico, cuando nuestro Salvador, bajo el censo que se llevaba a cabo en ese momento, nació en Belén con Cirenio (2)como presidente de Siria. De esta manera, también se había predicho por profecía. Por lo tanto, se emitió un edicto de censo y registro, y aun contra su voluntad, en aquella tranquilidad pacífica que había surgido de un solo Imperio, se obligó a cada uno a regresar a su tierra y ser contado y registrado allí. Por consiguiente, José, junto con María, admirada por encima de todas las mujeres, viajó a su ciudad de Belén, situada dentro de los límites de Judea (ya que él traía su linaje de David). Aquella ciudad no le era propia, pero allí tenía su domicilio en ese momento, ya que la región de Judea, debido a las guerras continuas, había pasado de vez en cuando al poder de uno y de vez en cuando al de otro. Sin embargo, el edicto de César obligó a José a regresar a su ciudad, para que no se perdiera nada de la profética predicción: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres la menor entre los principales de Judá (Miqueas 5:2). El censo y registro, que fue muy pesado para la nación judía, también es mencionado por el seguidor de la verdad Josefo en el décimo octavo libro de su Historia, con las siguientes palabras: “Cirenio, de la orden senatorial, famoso por sus logros y por su dignidad en comparación con otros magistrados, llegó incluso a ser cónsul. Él estaba en Siria con pocos, enviado por César para administrar justicia al pueblo, para impartir justicia y para realizar el censo allí”. Y a continuación, después de un poco: “Judas de Gaulanítide, originario de la ciudad de Gamala, unido a las partes del fariseo Sadoc, solía incitar a la población a la sedición y la rebelión, predicando que el censo era nada más que una completa servidumbre y animando a la gente a reclamar su libertad”. En el segundo libro de La Guerra de los Judíos, dice así: “Había un hombre galileo llamado Judas que incitaba a la gente a rebelarse, insultándolos con palabras malditas si persistían en pagar tributos a los romanos y que sometiéndose a señores mortales, además de a Dios". Lucas también escribe algo similar en los Hechos sagrados, diciendo: Después de él, surgió Judas el Galileo, durante el registro, y por su rebelión apartó a mucha gente. Pero él mismo pereció y todos los que habían sido persuadidos por él fueron dispersados (Hechos 5:37).